A principios del siglo XX, en
Alemania se hizo muy célebre cierto personaje llamado Hans. Este tal Hans
alcanzó la fama gracias a que sabía contar. Podía realizar algunas operaciones
aritméticas simples e incluso era capaz de decir la hora. Hacía tan bien este
tipo de cosas que enseguida fue conocido como Clever Hans, Hans el Listo.
Hans realizaba sus exhibiciones en parques y teatros, de manera
gratuita. Acudían multitudes a verle actuar y pronto su fama traspasó
fronteras, convirtiéndose en una estrella internacional de la que hablaban los
periódicos de todo el mundo.
Bah, no es para tanto, dirás tú.
Yo también sé contar y decir la hora y fíjate, nadie iría a un teatro a ver
cómo lo hago.
No, ni a verme a mí, tampoco.
Pero la gente iba a ver a Clever Hans porque resulta que… Hans era un caballo.
La cosa funcionaba así: alguna
persona del público lanzaba una pregunta.
“¿Cuántas son ocho veces tres”?. Entonces, Hans empezaba a dar coces en el suelo: una coz, dos coces, tres
coces… y así hasta llegar a la coz número veinticuatro. Entonces se paraba y dejaba de
dar coces. Respuesta correcta. ¡OHHHHH!
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Salía en las revistas, como las celebritys. Pero era mucho más listo. |
Las habilidades de Clever Hans causaron sensación y, por
supuesto, llamaron la atención de los investigadores. De hecho, la Junta de
Educación Alemana designó a un grupo de trece especialistas, denominada la Comisión Hans. Esta comisión la formaban,
entre otros, el director del zoológico de Berlín, un oficial de caballería, el
gerente de un circo, un importante veterinario y varios profesores. Estaba encabezada por el psicólogo Carl Stumpf, aunque fue el ayudante de
éste, Oskar Pfungst, quien realizó los
más importantes descubrimientos de la citada comisión.
En principio, los comisionados
estaban seguros de que se trataba de algún tipo de fraude. Sospechaban que el
dueño del caballo, Wilhelm von Osten, hacía a Hans alguna clase de señal o gesto para indicarle discretamente cuando debía dejar de dar patadas. Pero no. Pronto comprobaron que el fenómeno no estaba basado en un truco de adiestramiento. Hans también respondía certeramente cuando eran los investigadores quienes hacían las preguntas, incluso estando Von Osten ausente de la sala.
Finalmente, Oskar Pfungst hizo una observación que dio con la clave del enigma. Pfungst se dio cuenta de que Hans respondía correctamente (el 96% de las veces) si la persona que hacía la pregunta conocía la respuesta. Cuando no era así y el interrogador desconocia la respuesta, el índice de aciertos de Hans bajaba drásticamente (hasta un pobre 6%).
Entonces, Pfungs comenzó a observar el comportamiento del interrogador y
observó los pequeños, casi imperceptibles cambios que se producían en éste a
medida que Hans se acercaba a la
respuesta correcta. Ligeros cambios en la expresión del rostro y en la postura
corporal, así como una especie de “tensión” creciente que se liberaba cuando el
caballo llegaba por fin a la cantidad pedida.
De algún modo, Hans era capaz de detectar estas
ligeras variaciones e interpretaba con acierto el momento en que debía dejar de
dar coces.
Es de destacar que tanto Osten como el resto de interrogadores
eran completamente inconscientes de hecho de que estaban emitiendo estas
sutiles señales, denominadas reacciones ideomotoras. Puede que Hans no supiera contar de verdad, pero
desde luego era un lector corporal de primer nivel, un logro que resulta, a mi
juicio, más asombroso aún.
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Una belleza de animal. |
Posteriormente, en experimentos
de laboratorio, Pfungs se puso en el
lugar del caballo, siendo él quien recibía una serie de preguntas numéricas que
respondía a base de toques. Observó que el interrogador emitía señales
inconscientes que le permitían dar la respuesta correcta el 90% de las veces.
Este fenómeno, mediante el cual
el experimentador actúa sin proponérselo en el experimento mediante el envío de
señales o mensajes inconscientes es conocido, a partir de entonces, como Efecto Clever Hans. Más información,
AQUÍ (en inglés).
No se puede exagerar la
importancia del efecto Clever Hans.
Por ejemplo, con el fin de evitarlo, los experimentos para comprobar la
eficacia de nuevos medicamentos se realizan mediante el método de Doble Ciego, donde ni los sujetos del estudio ni los
investigadores saben si están en el grupo de control o en el experimental. Si
el estadístico o el patólogo que comprueban los resultados a posteriori tampoco saben la composición de los
grupos, entonces el método se denomina de Triple
Ciego.
¿Para qué tantas precauciones?
Pues porque el bueno de Hans, en
realidad, no sabía contar.
R
NOTA: A través del conocimiento del efecto Clever Hans,
de las reacciones ideomotoras y de
un par de cosillas más, puedes fácilmente convertirte en vidente, adivino o
telépata. Bueno, además tienes que tener un alto grado de cara dura y cierta propensión
a cometer fraudes. Pero en todo caso es fascinante, por lo que pienso dedicar a
este asunto una entrada en la que, te lo prometo, nos vamos a divertir mucho.