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28/11/16

UNAS PALABRAS DEL AGUAFIESTAS


Los viajeros del Titanic descansaban confiados en sus camarotes. El espléndido buque surcaba el océano seguro y poderoso. Las negras aguas sobre las que navegaba no infundían el menor temor a su pasaje.

No tenían motivos para preocuparse porque, a fin de cuentas, el Titanic era insumergible. Así lo habían definido orgullosamente sus constructores, la naviera White Star Lines.

¿Insumergible? ¿Tenían derecho a ser tan optimistas? Me cuesta trabajo creer que no hubiera nadie que dijera: “Vale chicos, lo que vosotros digáis. Pero creo que deberíamos añadir más botes salvavidas a este barco. Por si acaso”.

O tal vez sí hubo quien lo dijo, pero le echaron a patadas de la sala de reuniones. “¡Lárgate de aquí, cenizo!”.

No es fácil ser pesimista. Está muy mal visto. Incluso te llaman cenizo y aguafiestas. Pero esos cenizos son los mismos que inventaron la red de seguridad de los trapecistas o las cerraduras para las puertas de nuestra casa. Son inventos hechos por cenizos. El triunfo del “por si acaso”. 

Por el contrario, el optimismo vende. Resulta agradable de oír. Es simple y confortable y propone soluciones sencillas y dulces a los problemas de la vida, tan amargos. De hecho, vende tanto que se ha creado una lucrativa industria a su alrededor: la pseudociencia del llamado “pensamiento positivo”. Sí, pseudociencia: AQUÍ o AQUÍ lo explican muy bien. O en este magnifico vídeo: SONRÍE O MUERE, de Barbara Ehrenreich, que lo considera una herramienta de control social. 

El grado más extremo de la industria del pensamiento positivo es la creencia, muy instalada, de que, al realizar una visualización poderosa, atraemos indefectiblemente hacia nosotros aquello que deseamos. Si imaginas algo con la suficiente intensidad, se hará real, dicen. Lo llaman “Ley de la Atracción”. 

Imaginar muy fuerte. Como suena. Pero, en situaciones desesperadas, las personas podemos llegar a creer cualquier cosa que nos prometa un futuro mejor. Y más si es tan sencillo y agradable como, simplemente, imaginar aquella situación que queremos que ocurra. 

Pero eso no es pensamiento positivo ni optimismo. Es simple pensamiento mágico. Todos hemos pasado, en nuestra infancia, por esa fase. Los Reyes Magos y todo eso. Pero, en adultos con responsabilidades, el pensamiento mágico no parece la mejor de las opciones. 

Como dice el Doctor House: “Hacer cosas cambia las cosas. Pensar en las cosas, 
las deja exactamente igual que están”

A ver, no me interpretes mal. Por supuesto que encarar los problemas con una actitud positiva es mejor que vivir en la queja permanente. El mal humor perpetuo es agotador e improductivo (y amarga la vida de los que te rodean). Y el negativismo a ultranza puede ser tan ilusorio y carente de base como su opuesto.

Pero una buena actitud, por sí sola, no garantiza nada. Tener una autoestima bien alta, una visión clara del objetivo y pensar positivamente son cosas que ayudan, pero no bastan para alcanzar tus metas.

Piensa, si no, en el General Custer (que, por cierto, nunca fue General. Custer murió con el rango de Teniente Coronel).

Si escuchamos a los gurús del pensamiento positivo, Custer lo tenía todo a su favor para triunfar en la batalla de Little Big Horn.

¿Cómo andaba de autoestima? Sobrado. De hecho, la tenía por las nubes. Tenía tanta autoestima que, más bien, habría que calificarlo como un prepotente vanidoso y ególatra. Al parecer, era bastante inaguantable.

¿Tenía Custer una visión clara de sus objetivos? Oh sí, clarísima. Su objetivo era dar una buena patada en el culo a todos esos pieles rojas. Iban a recibir tal paliza que no la olvidarían nunca. Lo tenía tan claro que, debido a las prisas por entrar en combate y derrotarlos, ordenó no cargar con las ametralladoras Gatling de las que disponía (y que le hubieran proporcionado una abrumadora potencia de fuego). 

¿Pensaba en positivo? Por supuesto. Ya se veía a si mismo, con su melena rubia ondeando al viento, recibiendo todas las condecoraciones existentes y algunas más que se inventarían para él. Incluso contemplaba la posibilidad de optar a la presidencia, gracias a lo popular que iba a hacerse con su victoria.

Los indios, por el contrario, tenían la autoestima por los suelos, a causa de las sucesivas derrotas que habían sufrido. Sabían que, a medio plazo, la guerra estaba perdida. Eso sí, compensaban su carencia de autoestima con una dosis casi infinita de mala leche. 

Sus objetivos estratégicos no estaban claros. Para ellos, aquello era una batalla defensiva, así que se limitaron a evacuar a las mujeres, los niños y los ancianos. Sabían que Custer tenía la costumbre de masacrar a todo lo que se movía, llevara o no llevara armas (como hizo en la matanza del río Washita), así que desperdigaron a los no combatientes entre los riscos y los barrancos de la zona. Y luego, todos los que quedaban, tomaron un arma y se pusieron a luchar como si su vida dependiera de ello. Que, de hecho, dependía.

¿Y la actitud positiva? ¿Cómo llevaban los indios eso de la actitud positiva? Pues baste decir que su grito de guerra era: ¡Hoka Hey!, que se puede traducir como: hoy es un buen día para morir. Toma positividad. 

Ya sabes el final. Custer el optimista (y con él, toda su gente) murió con las botas puestas. No quedó ni uno. No obstante, se salvaron casi todos los hombres que iban en la columna mandada por el Mayor Reno, segundo de Custer. “No estaríamos vivos de no haber sido mandados por un cobarde”, declaró un subordinado de Reno. A veces, es mejor que te dirija un cenizo.

Custer era valiente como un león, pero también un militar incompetente.
Aunque… ¿quién necesita talento y preparación teniendo ese pelazo? 

La autoestima, la claridad de objetivos y el más elevado optimismo no te servirán de nada si no haces lo que tienes que hacer, que suele ser mucho y difícil. A mi juicio, las cosas son al revés de como las pintan los pensadores positivos. No es que la autoestima y el optimismo atraigan el éxito y la riqueza, sino que, cuanto mejor te van saliendo las cosas, más seguro y optimista te sientes. Hasta te ves más alto y más guapo.

Por otro lado, el realismo (o pensamiento crítico) y el optimismo (o pensamiento positivo) no son incompatibles. Lo primero es un modo racional de afrontar los problemas. Lo segundo, una aconsejable actitud vital. Pueden convivir perfectamente en la misma persona. 

A toro pasado, cuando los grandes triunfadores explican los secretos de su éxito, siempre mencionan la autoconfianza y el optimismo como factores clave. Pero olvidan mencionar los fracasos, los disgustos, las noches en vela, las meteduras de pata y la buena suerte; cosas todas que también les acompañaron en su camino a la cumbre.

Además, no creo ni por un segundo que estos exitosos triunfadores lograran sus victorias suspendiendo el pensamiento crítico. No me los imagino diciendo “esto debe ser un hermoso mensaje que me envía el Universo” ante una OPA hostil presentada por su competencia. 

Más bien, creo que aprietan los dientes, se preparan para la pelea y marchan, desafiantes, al grito de…

¡¡HOKA HEY!!


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